sábado, 31 de julio de 2010

Preludio


El frio era insoportable. Su cerebro decaía en funciones mientras el temblor de sus manos y piernas impedían su avance con mucho más éxito que al principio del viaje. Parecía que todos aquellos colores destellantes que acompañaban su faena y hacían bailar sus pupilas al ritmo estridente de una canción inaudita estaban ganando la batalla por la cordura, y es que más que motivación, lo que el hombre realmente necesitaba era un milagro para sobrevivir ante tanto color. Un ataque epiléptico parecía acercarse a la misma velocidad que la posibilidad de un colapso cerebral, pero era mucho más probable que la muerte, quien lo abrazaba y besaba desde hacia varios ratos, terminara con su objetivo y lo inmortalizara en su colección de éxitos rotundos.
Sangrante, en un momento de debilidad y agonía, el corazón de aquel muchacho quiso unirse a los destellantes colores y explotó en millones de millones de millones de pedazos.  La explosión fue tan intensa que todo su pecho se abrió, pareciendo, más que un corazón explotado, como si un meteorito había interceptado al pobre infeliz en el camino. Sus ojos no pudieron hacer más que seguir los acordes complicados de tantos colores, “mirando” el sonido y “oyendo” la intensidad de coloración. Su voz solo pudo seguir el compás de la balada, y mientras miraba su objetivo perderse entre las faldas negras de la muerte, recordó, por última vez, las palabras de la última conversación  aun vigente en su cerebro:
-          ¿Cuántas veces debo decírtelo?, La dirección que sigues es un camino de terrores y peligros, que más que al éxito te llevara a la locura y desolación […] (Y cuando el odio finalmente te consuma el alma, [ella] no estará ahí para acompañarte al final [de tus días]).
-          He oído eso antes…
-           ¿Y porque no haces caso de una buena vez?, ¡La muerte es tu destino!… ¡Y creo que es exactamente eso lo que buscas!
-          No exactamente.
-          ¿Entonces, por qué?, ¿Por qué no entiendes lo que te digo?
-          Simplemente, porque que no me interesa escucharte
Su necedad superaba la opinión de aquella mujer de catorce décadas. El muchacho respetaba la opinión pero, sencillamente no la compartía. Era su deseo y su destino llegar hasta el final del camino, siendo más fuerte su intransigencia que cualquier otro motivo. 
Una última sonrisa  se reflejo en su rostro. Los pedazos diminutos de su corazón se habían vuelto nuevos y radiantes colores. No logró llegar a su destino, y faltaban muchos pasos para que lograra tocar la gloria que él tanto anhelaba.  Su única satisfacción en aquel momento fue el placer de refutar una de tantas afirmaciones.
“Te equivocaste… este es el mejor final que mi vida pudo tener”
…Así fue completada la canción de los mil colores, terminando, con la breve estancia y la absurda lirica, de la balada del intransigente.
Pero no podemos juzgar su criterio. Después de todo, cuando un ser que quiere tocar las estrellas, llegar al cielo es el límite permitido para su fracaso.