domingo, 21 de noviembre de 2010

El hoyo negro.

La vida como la conocemos está a punto de cambiar.” No sorprende que muchos lo afirmen; sucesos muy extraños acompañan a esa idea, y la extraña actividad lunar tiene a todos los científicos con los pelos de punta.
 
Hace algunos días, el pequeño Miguel dio comienzo al fenómeno más extraño que jamás ha sucedido en el parque nacional. Fue de lo más raro, tan casual e infortunado como si nos cayese excremento de pájaro, y tan posible como hacer reventar un átomo con la cuchilla de una tijera. Como quien tira la carta de una baraja, Miguel lanzó una hoja de papel, la cual se fue contra el viento de manera perfectamente horizontal, cortando, literalmente, la realidad que conocemos.
 
¿Cómo sucedió? Nadie lo sabe. La hoja de papel chocó contra… nada, y un pequeño agujero se abrió, tragándose de inmediato la página.
 
Comenzó siendo del tamaño de un centavo, tragando solamente aire, polvo y palitos de manera que los niños traviesos le metían por curiosidad. Entre más aire y objetos tragaba, el hoyo se iba haciendo más grande, y más grande… ¡Cada vez más grande!
 
El hoyo negro se terminó tragando la ciudad. Afortunadamente, todas las personas fueron evacuadas antes de que eso sucediera y no hubo víctimas mortales ni más tragedias. El único problema es que, hasta la fecha, nadie sabe qué hacer para “contrarrestar” ese fenómeno, el cual ya dejó de crecer, pero aún sigue girando y tragando todo.
 
Al final, tanto caos y sucesos extraños han hecho que las autoridades olviden que aún falta resolver un misterio mayor... la muerte y desaparición de muchos jóvenes en esa misma ciudad.



lunes, 15 de noviembre de 2010

Murray.


Nadie podía creerlo. El doctor Murray, un señor de noventa años que había dedicado toda su vida a la medicina sin cobrar un centavo, murió en la soledad de su habitación un mal día de verano. La mansión en la que nació, vivió y murió era, quizá, la más antigua y gigantesca de todo el país. El hombre, como acto de bondad a su pueblo y gente, heredó la mansión a la alcaldía con estrictas órdenes de querer que la convirtieran en un buen centro turístico. Sus deseos fueron órdenes, y mientras los encargados correspondientes hacían los arreglos reglamentarios para abrir la mansión al público, descubrieron el secreto más oscuro del finado Doctor Murray, llevándose la sorpresa de sus vidas y un recuerdo que jamás en sus vidas iban a olvidar.
 
Con prontitud, llamaron a la policía. Los forenses nunca habían llegado tan rápido a una escena. Con sus mascarillas puestas, guantes y lámparas en mano, entraron por la puerta secreta, descubierta detrás de la gigantesca librera, al calabozo más inhumano que habían visto desde los tiempos de guerra.
 
Partes, órganos, huesos y sangre desparramados en el suelo de cada celda. Los pasillos aún guardaban los gritos de dolor de cada víctima degollada. La apariencia del lugar era similar a la del hospital psiquiátrico nacional, y teniendo celdas individuales para cada grupo de victimas, en cada celda se apreciaban los restos de al menos quince personas diferentes con fechas muy diferentes de disfunción.
 
Tardaron al menos tres semanas en sacar todos los restos de aquella gigantesca construcción subterránea. Era tan grande y laberíntica como la mansión completa. Algunos policías se aventuraron a llegar hasta el final de los pasillos más oscuros y apestosos, pero no encontraron nada nuevo.
 
El último día de búsqueda, dos policías se perdieron en los pasillos. Ambos se aventuraron al escuchar voces de hombres y mujeres algo que no podían distinguir provenientes de algún lugar. Buscaron y buscaron hasta que la voz fue más clara. Eran mujeres, hombres y niños gritando lo que parecía ser una súplica. Ellos entendieron que decían “Doctor Murray, Doctor Murray, ¿Cuándo nos vas salvar?”. Por el radio comunicaron que se lograron acercar hasta una celda sellada con una gigantesca puerta de acero. Los gritos se escuchaban más fuertes y claros. Ellos preguntaron “¿Hola?, ¿Están todos bien?” a lo que respondieron todos en coro “¡No!, ¡No puedo amar!”. Se escuchó en la radio cómo los policías les gritaron que todo estaría bien, y al abrir la gigantesca puerta de acero, se perdió la señal.
 
Ambos policías fueron encontrados muertos por sus compañeros quince minutos después. Sus cuerpos estaban degollados, sin ningún órgano interno. Nadie sabe cómo pudo pasar, pero se dice que ahora, en los pasillos y en las calles cercanas, se escuchan diferentes voces susurrar “Si el Doctor Murray ya no está ¿Quién me dirá ahora porqué no puedo amar?”.

Delay.


Según la wikipedia, Delay [que en ingles se traduce “retraso”] es un efecto de sonido que consiste en la multiplicación y retraso modulado de una señal sonora. Una vez procesada la señal se mezcla con la original, y el resultado es el clásico efecto de eco sonoro.

¿De que va todo esto? Bueno, básicamente de los primeros efectos de “retraso” en la balada del intransigente, que consisten simplemente en que, cuando se me impida hacer una publicación en el tiempo ya establecido [días terminados en uno], la balada sufrirá un efecto de “retraso” y “eco”, en los que se publicará mismo cuento destinado para el día reglamentario en un día terminado en cinco, acompañado por otra publicación más corta. Un vivo ejemplo de esto es el extraño fenómeno que sucederá el día de hoy, en el que, después de este anuncio [publicado en un día terminado en cinco] seguirá un cuento corto...

Disculpándome por las molestias que este efecto agridulce pueda causar, me despido humildemente. 

Saludos, Edward K. Sognatore.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Al final...



El autor escucha una canción, escrita por él mismo, sonando levemente en el celular de una enfermera cercana a su habitación.

Sé que nunca fui una mala persona.
Pero también sé que nada fue suficiente para mí.
Me doy cuenta que lo que buscaba nunca lo encontré
Y sin embargo siempre había estado aquí.

El autor se retuerce un poco y sonríe.

Mi hora ya llegó
Y no hay lugar para lamentos.
Escucho un llamado celestial
Mientras veo a todas las almas levantase.
La mía se queda aquí abajo,
Con los otros que sí fueron malvados
Y aunque nunca fui una mala persona,
Nunca fui bueno en mi vida.
Jamás hice nada por nadie,
Jamás hice algo por alguien…

La canción se detiene y el silencio se vuelve a apoderar de la habitación. El autor deja de sonreír instantáneamente, deja de retorcerse y cierra los ojos con desconsuelo. Pasan más de tres horas antes de que se vuelva a escuchar algún tipo de sonido, y cuando el autor menos lo espera, otra canción de su autoría se vuelve a escuchar en el pasillo, pero más lejana a su habitación.

Con mente privilegiada
E Imaginación omnipotente.
Inventando diez universos
Ricos en artes.
Conoce el mundo
Desde su misma esencia,
El cielo, el infierno
Y lo que esté en el centro.
Jamás superado,
Sus rivales lo odian,
Golpean sus cabezas
En lamentos y llantos.

El autor se retuerce, sonriendo con gran felicidad. Trata de imaginar vívidamente la letra de la canción y todo lo que gira alrededor de ella. Luego, intenta de mover sus brazos para variar un poco, pero la camisa de fuerza no se lo permite. La canción continúa sonando y comienza su coro.

Y cuando muera, ¿Cómo será?
¿Morirá sobre el pecho de su amor verdadero?
¿En el lecho de un país distante?
¿O será su suicidio la mayor obra de arte?

El autor se deja de mover, y mientras aún sonríe, suspira con gusto.

Sus palabras se escuchan
Por  todos los tiempos.
Un sabio discreto
Un ser imperfecto.
Jamás derramó una lágrima
Por algo o por alguien.
Sin miedo a la muerte o miedo al sistema,
Solo un horror lo persiguió por toda la vida
Un ser inmaculado,
Al menos en su mente.

El corazón del autor empieza a latir con fuerza. Ya no puede pensar claramente, y sus respiros se vuelven más lentos y profundos.

Y cuando muera, ¿Cómo será?
¿Morirá sobre el pecho de su amor verdadero?
¿En el lecho de un país distante?
¿O será un suicidio su mayor obra de arte?
Millones lo conocen,
Jamás fue olvidado.
Legiones de almas
Llorando su muerte.
Odiado por muchos
Amado por muchos más
Todos muestran desconsuelo
En aquel chocante final.

El autor siente un gran dolor en el pecho. Su corazón late demasiado rápido. Siente como la sangre corre por su nariz, boca y sus orejas. Trata de levantarse, gritando con fuerza, pero como su cuerpo está amarrado a la camilla y sus ataques de histeria son habituales, nadie atiende sus gritos. La canción continua.

Y cuando muera, ¿Cómo será?
¿Morirá sobre el pecho de su amor verdadero?
¿En el lecho de un país distante?
¿O será un suicidio su mayor obra de arte?
Colores brillantes
Y extrañas obras de artes
Despedirán su alma
Al final de sus días.
Un ser muy brillante,
Odioso y vacío.
Escribirán en su lapida
Al final de sus días…

El corazón del autor deja de latir. Otra enfermera, que abre la puerta de aquella habitación para llevarle el medicamento, descubre el cuerpo desangrado y sin vida de aquel viejo loco que todos apodaban “el autor” por haber sido poeta y cantautor en su juventud, o bueno, cuando aún estaba cuerdo. La enfermera tira la bandeja con la medicina por causa del horror y llama al doctor del manicomio. El doctor, despreocupado, ordena que saquen el cuerpo y lo pongan en el crematorio. Las cenizas seguramente serían dejadas ahí, ya que no había nadie a quien le importase lo que pasara con el viejo autor. Nadie lo había visitado por más de quince años, su fama se había disipado, y el manicomio lo mantenía ahí por pura caridad. Pero antes de todo, antes de que la otra enfermera abriera la puerta de esa habitación, exactamente cuando al autor se le paraba el corazón, la canción terminaba con estas palabras.

¿Moría sobre el pecho de su amor verdadero,
En el lecho de un país distante
O un suicidio fue su mayor obra de arte
Al final de sus días?
Al final de sus días.