lunes, 15 de noviembre de 2010

Murray.


Nadie podía creerlo. El doctor Murray, un señor de noventa años que había dedicado toda su vida a la medicina sin cobrar un centavo, murió en la soledad de su habitación un mal día de verano. La mansión en la que nació, vivió y murió era, quizá, la más antigua y gigantesca de todo el país. El hombre, como acto de bondad a su pueblo y gente, heredó la mansión a la alcaldía con estrictas órdenes de querer que la convirtieran en un buen centro turístico. Sus deseos fueron órdenes, y mientras los encargados correspondientes hacían los arreglos reglamentarios para abrir la mansión al público, descubrieron el secreto más oscuro del finado Doctor Murray, llevándose la sorpresa de sus vidas y un recuerdo que jamás en sus vidas iban a olvidar.
 
Con prontitud, llamaron a la policía. Los forenses nunca habían llegado tan rápido a una escena. Con sus mascarillas puestas, guantes y lámparas en mano, entraron por la puerta secreta, descubierta detrás de la gigantesca librera, al calabozo más inhumano que habían visto desde los tiempos de guerra.
 
Partes, órganos, huesos y sangre desparramados en el suelo de cada celda. Los pasillos aún guardaban los gritos de dolor de cada víctima degollada. La apariencia del lugar era similar a la del hospital psiquiátrico nacional, y teniendo celdas individuales para cada grupo de victimas, en cada celda se apreciaban los restos de al menos quince personas diferentes con fechas muy diferentes de disfunción.
 
Tardaron al menos tres semanas en sacar todos los restos de aquella gigantesca construcción subterránea. Era tan grande y laberíntica como la mansión completa. Algunos policías se aventuraron a llegar hasta el final de los pasillos más oscuros y apestosos, pero no encontraron nada nuevo.
 
El último día de búsqueda, dos policías se perdieron en los pasillos. Ambos se aventuraron al escuchar voces de hombres y mujeres algo que no podían distinguir provenientes de algún lugar. Buscaron y buscaron hasta que la voz fue más clara. Eran mujeres, hombres y niños gritando lo que parecía ser una súplica. Ellos entendieron que decían “Doctor Murray, Doctor Murray, ¿Cuándo nos vas salvar?”. Por el radio comunicaron que se lograron acercar hasta una celda sellada con una gigantesca puerta de acero. Los gritos se escuchaban más fuertes y claros. Ellos preguntaron “¿Hola?, ¿Están todos bien?” a lo que respondieron todos en coro “¡No!, ¡No puedo amar!”. Se escuchó en la radio cómo los policías les gritaron que todo estaría bien, y al abrir la gigantesca puerta de acero, se perdió la señal.
 
Ambos policías fueron encontrados muertos por sus compañeros quince minutos después. Sus cuerpos estaban degollados, sin ningún órgano interno. Nadie sabe cómo pudo pasar, pero se dice que ahora, en los pasillos y en las calles cercanas, se escuchan diferentes voces susurrar “Si el Doctor Murray ya no está ¿Quién me dirá ahora porqué no puedo amar?”.

2 comentarios:

  1. Una historia un tanto bizarra y confusa, pero al parecer el doc tenia un monstru encerrado en su mansión xD.

    Saludos!

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