lunes, 1 de octubre de 2012

Hambre.



Maldición. Sí, y muchas veces maldigo a mi estúpida cabeza y a mi estúpido estomago. ¿Porqué - díganme si es que pueden- por qué diablos no pude controlarme?, ¿acaso no tengo conciencia?, ¿acaso no soy humano?, ¿acaso no corre sangre humana por mis venas?...

Tengo que confesarlo, estaba muy hambriento. No había comido nada en días, ¡nada!, ¡y nadie se molestaba en darme algo!, ¡nadie se molestaba en mostrarme piedad mientras mis entrañas se retorcían del dolor!, pero por favor, no tomen esto como una pretexto para excusar esta atrocidad, esta aberración contra la naturaleza y los principios básicos de moral. No, no merezco el perdón de nadie.

Caminaba errante aquella noche fría de octubre. Mis manos temblaban. Mis piernas ya no podían sostenerme. Mis ojos, segados por corrupción y oscuridad me llevaron hacia aquella humilde ventana. ¿Porqué la dejaría abierta?, ¿acaso aquella inocente criatura no sabía que en el mundo existen locos como yo?... Entré sigilosamente, sin que ningún ruido pudiese alarmar a mi víctima. Ella no se imaginaba lo que estaba a punto de hacerle.

Tomé mi tiempo en aquella casa. Busqué y busqué, pero no encontré comida. Tenedores, cuchillos, condimentos y leche era lo único que encontraba. Pero beber leche no sació mi hambre. ¡Carne!, ¡eso era lo que quería!, no me importaba si estaba cruda o cocida, ¡yo quería carne!, pero desgraciadamente no había siquiera un vegetal echado a perder. Leí las anotaciones pegadas en el refrigerador, "ir al mercado mañana" decía con letra bellísima. Pensé que sería mejor volver el siguiente día, pero, ¿Qué posibilidad había que aquella mujer dejase la ventana abierta de nuevo?... La idea de esperar me pareció absurda.

Entonces la vi, tranquilamente acostada en su lecho, en un profundo sueño del cual parecía que jamás despertaría. Su cara era hermosa. Su cuerpo era único. Su cabello largo y cenizo tapaba perfectamente parte de la desnudes en la que se encontraba. Realmente digo, si un hombre pudiese imaginar la belleza en una mujer, sería con seguridad la imagen de aquella diosa. Pero eso no me interesó. Me acerqué como una serpiente a su cama. La miré babeante y con una cara digna de un enfermo demonio. Me seguí acercando hasta estar frente a su humilde cama. Me acerqué con mucho cuidado a sus hermosas piernas desnudas, tocando su muslo cariñosamente con mis sucias manos y pasando mi asquerosa lengua en su pierna. Su ternura era cautivadora, ¡realmente estoy tocando la perfección! me dije para sí. Pero entre más me acercaba a su rostro y entre más probaba la dulzura de su piel, un fuerte sentimiento de culpabilidad me estaba atacando. No, no sería yo quien quitara la inocencia y castidad de aquella incomparable doncella, y aunque mi propósito inicial era mucho más atroz, razoné muy bien mis acciones y decidí alejarme de la tentación. Hasta yo, que soy peor que un animal carroñero sabía que debía detenerme. Por lo cual, con mucho cuidado me bajé de la cama. Me senté a un lado y en silencio me puse a llorar. ¿En que me ha convertido esta sociedad corrupta?, ¿porqué se me pudo pasar por la cabeza comerme aquel ser tan inocente?, no podía parar de atormentarme.

En mis lamentos estaba yo cuando escuche pasos. ¡Alguien había entrado a la casa!, pero sus intentos para no ser escuchado eran torpes y descuidados. Desde el principio escuché como forzó la puerta. Desde que entró escuche sus pasos y desde que votó un objeto de vidrio me aseguré de su estúpida presencia. La chica, al escuchar aquello, despertó de su profundo sueño y rápidamente encendió la luz de la habitación. Por extraño que parezca no notó mi presencia, pero mi propia ineptitud hizo que su miedo aumentara considerablemente… así es, había olvidado cerrar la puerta de su habitación.

La tenue luz que traspasaba la puerta iluminó su humilde morada, reflejando a otro ser más bestial y descarado de lo que yo he llegado a ser. Su cara pálida asustaba. El enorme cuchillo en sus manos intimidaba. Su presencia me repugnaba.
La chica, que al parecer conocía a este personaje, preguntó con horrorizada:

-  Manuel... ¿Qué haces aquí?

-  Yo... ¡yo te amo!, ¡siempre te he amado y tú lo sabes!

-  Manuel... ya hablamos esto muchas veces...

-  ¡Cállate!, tú eres mi desgracia, ¡por tu culpa me he vuelto loco!

-  Cálmate, Manuel, por favor. Baja ese cuchillo...

-  No, esta vez no será como tú dices. ¡O eres mía no eres de nadie!

La chica gritó horrorizada. El tipo, al ver que obviamente no tenía control de la situación, corrió hacia ella con claras intenciones de matarla. Yo, más que horrorizado, estaba indignado por aquel hombre. Sentía más odio que miedo, y por eso no pude evitar intervenir. La pobre chica había logrado tomar las manos del homicida, pero el tipo dominaba a la frágil mujer y la logró arrojar a la cama. Se posicionó encima de su desnudes con su incomparable expresión de degenerado y puso el cuchillo en su garganta, presionando fuertemente e intentando besarla. No puede soportarlo más, no, ¡no podía!

Fue ahí fue cuando mi furia le dio energía a mi débil cuerpo y con mis hombros logré quitarle al hombre de encima. Ella me miró con gran horror al ver que un desconocido estaba en escondido en su casa, pero se sintió segura al ver que la estaba salvando, y que mi deplorable físico era más fuerte que el de aquel gorila. El tipo cayó al suelo fuertemente, golpeándose la cabeza y quedando inconsciente. La chica estaba paralizada, pero cuando le grité que buscara ayuda reaccionó rápidamente y cubrió su hermosa desnudes para salir a buscar socorro. En esos minutos yo golpeaba con todas mis fuerzas al tipo. Me dolían las manos, pero aun así continuaba golpeándolo. Incluso llegué a deformar su cara, pero continué. Al cabo de unos minutos, la habitación estaba cubierta de sangre y el tipo había quedado irreconocible.

Probé su sangre. Luego probé uno de sus ojos. Descubrí que el hambre feroz y bestial había regresado, y que la chica se tardaba demasiado en regresar. Mi ansiedad se había vuelto incontrolable, y al ver la inminente oportunidad, procedí a consumir.
No pregunten como lo hice, pero devoré todo lo que me pareció comestible de su craneo y pecho. El cuchillo que usaría para sellar su obsesión sirvió para que yo pudiera obtener resultados más satisfactorios. Cuando la ayuda llegó, yo ya no estaba, y la mayor parte del cadáver la llevaba en mi estomago…

Me sentí bastante mal, ya que su corazón aun latía mientras lo devoraba y sus gritos silenciosos de dolor era algo difícil de ignorar, pero quedé tan satisfecho que pude durar semanas más sin comer. Como había dicho antes, lo que he hecho es atroz. ¡No puedo creerlo!, ¿Cómo pude comerme a un humano?, ¿Cómo pude hacerlo?... ¡maldición!, ¡no me hace bestia haberlo matado!, ¡tampoco me hace animal haberlo comido!... Lo que realmente me hace inhumano, es haberlo hecho y no estar arrepentido.

Nota del autor:
Este cuento lo escribí cuando tenía trece años.
¿Qué tan malo puede ser eso?

2 comentarios:

  1. Marca de verdad.

    Preparo el asiento de mi vida, la diva donde quiero descansar.
    Tanto como sea en mi tiempo de vida el consumirlo, lo quiero gastar.
    Pero dale vida a tus sentimientos, dale lustre para que vuelvan a brillar.
    Dale un momento de fuerza a tu alegría en lugar de llorar. Porque nada vale más.

    Recuerda muy velozmente que la vida vibra de felicidad.
    Que hay más cosas malas que buenas, pero que estas últimas se sienten más.
    Recuerda también que no estas en el abandono de tus pesares.
    Porque cuanto más grites en silencio, sentiré tus sollozos, te daré mi última felicidad.

    D.J.M.S.

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